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Actualidad15 de diciembre de 2025
Redacción
La Iglesia de base en el fuego cruzado: parroquias de barrio frente a la violencia cotidiana en Perú y América Latina
En las calles polvorientas de los periféricos barrios limeños, o en las verdes laderas empinadas de una urbe como Medellín, la violencia ya no es un eco lejano de los años 80. En 2025 se ha convertido en una sombra cotidiana: extorsiones que asfixian a los pequeños comerciantes, pandillas que reclutan a adolescentes en las esquinas para cualquier negocio ilícito y drogas que devoran comunidades enteras.
Según datos del Sistema de Información de Defunciones (SINADEF), Perú registró 161 homicidios más en el primer semestre de este año en comparación con el 2024. Las denuncias por extorsiones llegan a 75 diarias, y se asume que es un subregistro. En América Latina, el narcotráfico se diversifica en la extorsión y en el control territorial, y deja a las comunidades en manos de nuevos "señores feudales" del crimen. El Estado, ausente o cómplice.
En este escenario, la iglesia de base –con templos parroquiales humildes que sirven de refugio a los marginados– emerge como una posible tabla de salvación, por lo menos para sostener la esperanza. Centenares de estas parroquias, inspiradas en la teología de la liberación y en la opción preferencial por los pobres, no solo rezan: median, educan y protegen. Pero el costo es alto: amenazas y atentados. Este informe explora cómo las parroquias de barrio enfrentan esta hidra de tres cabezas –drogas, extorsiones y pandillas– con ejemplos de Perú y la región.
Perú: extorsiones que golpean las puertas del templo
En Perú, la "epidemia de extorsiones" ha transformado barrios como Villa El Salvador o San Juan de Lurigancho en zonas de guerra. Bandas como "Los Pepes" o “el Tren de Aragua” exigen cuotas semanales a través de WhatsApp, con represalias que incluyen explosivos caseros y sicariato. Las iglesias católicas y evangélicas son vistas como símbolos de resistencia: una ola de ataques a templos -en este caso evangélicos- en Lima y Callao dejó al menos 15 incidentes en el reciente mes de noviembre, con pastores recibiendo amenazas por negarse a "pagar protección".
Otro caso emblemático ocurrió en Trujillo el 14 de agosto. La parroquia de La Inmaculada, en un barrio azotado por pandillas locales, fue blanco de un atentado con dinamita dirigido a un edificio cercano. La explosión dejó 10 heridos y 90 viviendas dañadas. En medio del caos, la urna de la Virgen de la Puerta –patrona local– permaneció intacta, mientras los vidrios del resto de la casa estallaron: "Fue un milagro que nos dio esperanza", relató Ana María Almadoz, feligresa cuya familia escapó, por poco, del atentado.
El padre José Luis Vargas, párroco de la zona, ha convertido la iglesia en un centro de mediación: organiza talleres anti-extorsión con la Policía Nacional y grupos de oración para madres de víctimas. "No podemos ser neutrales, Jesús no lo fue con los excluidos", dijo Vargas, quien ha recibido amenazas directas por denunciar el reclutamiento de jóvenes en pandillas.
En Lima, la parroquia San Pedro Apóstol en Comas enfrenta el embate de las drogas. El sacerdote Miguel Ángel Torres relató cómo nuevas drogas sintéticas han seducido a decenas de adolescentes. "Llegan pidiendo auxilio, pero las pandillas los vigilan desde las esquinas", contó. La respuesta parroquial: un programa de "iglesias seguras", con catequesis nocturnas que incluyen charlas sobre adicciones y apoyo psicológico financiado por donaciones. En 2025, esta iniciativa ha ayudado a 45 jóvenes a desintoxicarse, aunque Torres admitió: "Perdemos más de los que salvamos; la violencia es un monstruo que devora generaciones".
El acuerdo bilateral Perú-Ecuador de diciembre, enfocado en combatir el crimen transfronterizo, incluyó a iglesias como aliadas en la prevención. En Piura, parroquias como la de Veintiséis de Octubre han visto cómo “el Tren de Aragua” transformó barrios en "putiaderos", como denuncia un video viral de un asalto mortal.
América Latina: de las favelas brasileñas a las colonias mexicanas
La región entera sangra bajo el crimen organizado. Desde las cárceles –donde se incuba la violencia a vista y paciencia de un Estado que la tolera– los líderes de las pandillas ordenan extorsiones y ventas de drogas, afectando a barrios enteros. En México, la extorsión "cotidiana" paraliza comercios en colonias como Tepito; en Guayaquil (Ecuador) hubo 160 muertes violentas en la zona de Pascuales, sólo en los primeros tres meses del año, con extorsiones como moneda corriente.
En Medellín (Colombia) la parroquia San Judas Tadeo en la Comuna 13 –antiguo bastión de Pablo Escobar– ilustra la resiliencia eclesial. El padre Hernán Mateo, salesiano de 62 años, coordinó "redes de paz" desde 2020: talleres de desarme espiritual contra pandillas como “Los Paisas”, que controlaban el microtráfico de cocaína. "La violencia no es solo balas, es el vacío que deja la droga en las almas", explicó. Este año su programa ha mediado en 20 casos de extorsión, usando el rosario como escudo simbólico y la mediación como arma. Colombia, segundo productor mundial del alcaloide que europeos y estadounidenses inhalan, ve cómo iglesias de base reciben fondos de la UE para estrategias de "disuasión focalizada", reduciendo los homicidios en un 40% en barrios piloto.
Más al sur, en Río de Janeiro (Brasil), la favela de Rocinha –dominada por el Comando Vermelho– pone a prueba la fe. La parroquia Nossa Senhora de Lourdes, dirigida por la hermana María das Dores, enfrenta extorsiones diarias a vendedores ambulantes por parte de traficantes de marihuana y fentanilo. "Entramos en las casas donde las balas silban", dijo la religiosa. Su respuesta: "casas de acogida" para niños huérfanos de pandillas, con educación y terapia. Han rescatado a 120 menores sólo este año. En Honduras, epicentro de maras como la MS-13, parroquias en San Pedro Sula organizaron "marchas por la vida" contra el reclutamiento forzado, inspiradas en el papa Francisco.
En Ecuador, la parroquia Pascuales en Guayaquil ha visto cómo el padre Luis Herrera convierte misas en foros de denuncia: "La iglesia debe ser el faro en la tormenta", afirmó, mientras pandillas locales extienden su red desde cárceles.
El rol profético: entre la cruz y la esperanza
Estas parroquias de base encarnan el mandato evangélico de Mateo 25: "Tuve hambre y me diste de comer". Hacen lo que pueden mediando treguas, previniendo adicciones y restaurando dignidad. Sin embargo, el precio es su alta vulnerabilidad: sacerdotes amenazados, templos vandalizados y un dilema moral sobre aliarse con fuerzas de seguridad cuestionadas e involucradas en graves violaciones a los derechos humanos.
El jesuita italiano Juan Bottasso y que hizo en Ecuador un enorme trabajo evangelizador, principalmente en la Amazonía, advirtió en su momento: "La iglesia de base es el último bastión, pero necesita redes regionales para sobrevivir". En ese sentido, iniciativas como el "Pacto por la Paz" en Brasil mostraron que la fe organizada puede reducir la violencia en un 30%.
Conclusión: un llamado a la acción colectiva
Mientras el mundo celebra la Navidad, en los barrios de América Latina resuena el eco de sirenas y oraciones. La iglesia de base no pretende, ni puede, ser salvadora en solitario de una crisis de seguridad tan severa como la antes señalada, pero su testimonio –el de una Virgen intacta en Trujillo o el de niños rescatados en Rocinha– recuerda que la paz sí puede ser alcanzada en las periferias. Y aunque los gobiernos firmen pactos contra el narco, sin el alma comunitaria de estas parroquias, serán sólo tinta en el papel.
¿Cuánta sangre más veremos correr antes de que la cruz de Cristo ilumine las calles?

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